La nave espacial Tierra avanza con precisión e inimaginable velocidad macrocósmica hacia un destino aún no revelado que la acerca al corazón de la Galaxia. Un viaje ciertamente no autopropulsado: es su estrella, el Sol, quien la conduce en esta travesía galáctica en compañía de sus hermanos, los Planetas.
La elegante trayectoria del Sistema Solar, definida con simplicidad cosmológica por leyes de la geometría sagrada, lleva a la nave Tierra a nuevos y poderosos campos de energía que van activando potenciales dormidos en su inconsciente tripulación, nuestra Humanidad. No solo este preciso momento es fresco, inédito, recién nacido, un ahora palpitante de futuro y de inocencia: también el espacio que ocupamos en cada instante es definitivamente virgen, intransitado, fecundo de novedad energética y alineamientos estelares. Un aquí sideral que contiene entera la promesa del viaje.
Por milenios, nuestra ciencia amada, divina, la Astrología, ha buscado describir y comprender la inteligencia sublime de este Viaje. Porque la trayectoria de la nave –a través de siempre nuevos campos de informática y vibración- va dando forma a las experiencias de sus tripulantes y, si nuestro libre albedrío así lo elige, permite finalmente la maduración de un sueño unánime: la Tierra Prometida.
Estamos hoy terminando la segunda década del siglo 21, identificados ya con un nuevo tiempo. Hermoso número el 21 –culminación del camino en el Tarot, con El Mundo, arcano XXI-; confiemos sea un símbolo auspicioso de lo que el siglo brindará. Sabemos –y constatamos empíricamente cada día- que nos adentramos en un territorio inexplorado, repleto de sorpresas, donde poco de lo que traemos servirá. En efecto, se trata del territorio galáctico que transitamos cuando se inicia la recién llegada Era de Acuario.
Un cambio de Era se manifiesta en la historia humana como un shock de enorme intensidad inconsciente, movilizando la sensibilidad colectiva hacia los “nuevos” arquetipos del signo entrante. Baste recordar el tsunami de cambios transformando drásticamente a la humanidad hace dos mil años, cuando arribaba esta Era de Piscis que ahora se despide.
La alborada de la Era de Acuario electriza –como corresponde arquetípicamente al signo de Acuario- a esta tripulación inquieta, destructiva y mayoritariamente desorientada que hemos sido los humanos. Comenzó, intensa, hace poco más de doscientos años, cuando llegó del Cosmos a la conciencia colectiva un rayo deslumbrante, cambiando todo para siempre: ¡LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD!
El lema acuariano por excelencia. Desde esos días primeros, el cambio revolucionario no nos deja. Se inventan exponencialmente los inventos, que cambian todo; se cuestiona con genialidad lo establecido, y todo cambia. El vértigo del cambio se acelera en cada generación; el tiempo parece volar.
De todos los momentos trascendentes que podrían ser emblema de este cuántico salto a la Era de Acuario, hay uno, imborrable en el alma colectiva: el momento en que dimos ese paso “pequeño para un hombre, inmenso para la Humanidad”: nuestra llegada a la Luna. El momento en que pudimos volver la cabeza y contemplar por primera vez desde afuera nuestro hogar planetario, la Tierra. Bellísima, azul, pequeña, y tan amada. Para la conciencia humana, un destete. Un rito de maduración, un despertar a la mayoría de edad.
El año 2020 es el año de destino en que esa promesa de crecimiento comienza a concretarse en las vidas de todos. Y el eclipse del 14 de diciembre es la punta de flecha de esa inconcebible transformación, como un rayo láser intensificando el formidable despertar, al mismo tiempo que Júpiter y Saturno, majestuosamente, entran juntos al signo del Aguador cósmico. ¡La Era de Acuario se instala definitivamente en la Tierra, AHORA!
¡Disfrutémosla!