NOS ENCONTRAMOS, NUEVAMENTE, EN UN GRAN MOMENTO PLANETARIO. El tiempo, acelerando cada vez más, nos lleva en su espiral inapelable a otro punto de inflexión trascendental, análogo al del 2019, cuando estallaron energías que hicieron imposible toda vuelta atrás.
Como diríamos con la frase hecha tan repetida en los círculos ilustrados del siglo 21, “salimos de la zona de confort”. Una frase usada generalmente para significar: “¡Atrévete, aventúrate, salta! ¡Si quieres un cambio para bueno, tienes que ser audaz y soltar no más lo conocido, el control habitual, la comodidad…! ¡Confía en ti y confía en la vida, que, igualmente, quiere tu bien!”
Claramente, otra cosa es con guitarra.
No hay quién no sepa, en carne propia, que salir de la zona de confort da terror. Por eso uno rara vez sale de ahí por aventura; lo universal es que esa zona protegida sea hecha pedazos por una fuerza mayor, en alguno de esos quiebres existenciales que todos hemos vivido. Y que, a menudo, al final terminamos agradeciendo. La evolución avanza así, mitad crisis involuntaria, mitad transformaciones conscientes que nos permiten renacer más grandes y mejores después de la temida crisis. Como afirman los sabios: bendiciones disfrazadas de catástrofe.
Pero es un hecho que la amenaza de perder lo anterior y de transitar la incertidumbre desata nuestros miedos de supervivencia. El animal interno no quiere por ningún motivo salir de lo probado, lo seguro; en vocabulario humano, siempre sostiene que más vale diablo conocido que uno por conocer.
El 2019 el mundo entero fue catapultado fuera de su zona de confort. La olla a presión del descontento social comenzó a explotar en todas partes, sumándose luego una pandemia que aún parece no terminar nunca. Colectivamente, estamos sumergidos en turbias aguas de incertidumbre y temor.
La parte instintiva, animal, reacciona como siempre con el miedo: huyendo, o quedándose inmóvil, o atacando. Son los tres automatismos emocionales del instinto amenazado. Podemos observar hoy, en lo masivo, las tres reacciones, llevadas al extremo: no querer saber, ignorar, negar -huida-; quedarse paralizado -inmovilidad-; y, la más frecuente, culpar, odiar, querer eliminar al distinto -ataque.
No es de extrañar que, además de una guerra internacional como las que hace décadas no teníamos, encontremos ahora, en casi todos los países, polarizaciones extremas, fanatismos enceguecidos, odios y distorsiones sin escrúpulo, violencia permanente en la interacción pública. Guerra a diestra y siniestra. En la incertidumbre, el animal ataca…
La incertidumbre 2022, con el nuevo punto de inflexión y el inevitable salto al vacío que nos presenta, no solamente es asunto social, sino también de íntimo desafío diario para cada uno de nosotros. Como es afuera es adentro, susurra el alma.
Y como es arriba, es abajo, completamos. Y arriba está pasando mucho: ya está aquí el gran desafío 2022, simbolizado nítidamente por un evento planetario contundente, una configuración decisiva de Urano, Saturno y el Nodo de Destino (Nodo Norte), intensísima todos estos meses. La energía psíquica es tanta, que chisporrotea, hace cortocircuitos, cambia inesperadamente el rumbo de las cosas, exalta nuestras emociones, llevándonos en montaña rusa a cumbres de esperanza y expansión para precipitarnos luego a abismos con paranoia y violenta lucha interior.
No es fácil volver a la serenidad y la confianza, pero es lo único que sirve.
Examinemos un poco los significados arquetípicos de este encuentro cósmico, para aplicar sus algoritmos a las peripecias del viaje interno de cada uno y a la promisoria, sorprendente travesía del país llamado Chile.
Urano, el único del sistema que gira al revés de los demás planetas -al revés de los cristianos, se hubiera dicho antes-, trae el fuego del futuro, el fuego de Prometeo, la promesa incandescente de una Humanidad consciente, alineada con la luz, despierta a su verdad y su poder. La energía de Urano se vivencia como un relámpago iluminando súbitamente la inteligencia, el revelador EUREKA! de los antiguos.
Saturno puede estar de acuerdo con Urano -sin ir más lejos, rigen juntos Acuario-, pero exige primero que se cumplan necesarias condiciones. Condiciones pragmáticas que toman sabiamente en cuenta nuestra realidad fáctica de seres encarnados, predominantemente inconscientes, identificados con los impulsos y temores animales, regidos casi puramente por imperativos de supervivencia. Es como si el viejo maestro le dijera a Urano: déjalos asimilar tu nueva luz de a poco, hacer orgánico el cambio, traducirlo paso a paso en sus términos cotidianos; percátate que los humanos son muy vulnerables, no conocen todavía sus superpoderes, se les olvida siempre todo lo importante, porque viven programados desde el miedo. De hecho, si yo permitiera que tú, Urano mío, los conectaras inmediatamente y en totalidad con el fuego que traes, se les quemarían los tapones.
El Nodo Norte de la Luna o Nodo del Destino no es un cuerpo celeste, sino un vector en el complejo sistema de energías e informática que lleva el nombre de Sistema Solar. Su misterioso significado arquetípico -verificado mil veces en la práctica astrológica- tiene que ver con el darma, el foco del destino, la misión o intención espiritual de un ser o comunidad al encarnar. Cuando se trata, no de la posición del Nodo en un momento de origen -carta astral de una persona o país-, sino, como ahora, de su posición y foco en el presente, indica la dirección del fluir trascendental, y con ello, invita a favorecer ese fluir con nuestra intención y voluntad consciente, con nuestro poderoso y peligroso libre albedrío.
En el extraordinario caso de Chile, su posición natal en la carta de comienzo de la República de Chile (12 de febrero de 1818) coincide con su posición el año 2022. ¡Momento de destino, a todas luces!
Urano está haciendo conjunción con el Nodo justo ahora. ¡Una cósmica invitación a salir de la zona de confort! No solo para Chile, sino para cada uno de los habitantes del planeta, y para cada uno de los países del mundo. Las energías revolucionarias, prometeicas, de Urano activan la intensidad y velocidad del cambio hacia lo propuesto como meta por el Nodo. Ocurriendo, como ocurre, esta unión en el campo vibratorio que llamamos Tauro, podemos percibir sin vacilaciones el destino propuesto desde lo alto: naturalmente, la Tierra Prometida.
Saturno, desde Acuario, está en cuadratura, es decir, aclarando que tanta maravilla personal y colectiva solo podrá germinar en el tiempo y los procesos, con arduas transformaciones que la depuren y aterricen en la gestión práctica de todos los días, y así haciéndose sólidamente real. Requiriendo de nosotros, por cierto, tanto en lo social como en la alquimia interior, de compromiso, estrategia, flexibilidad, honestidad, fe inquebrantable, y mucho trabajo.
Saturno y Urano son los planetas políticos por excelencia. En su expresión arquetípica positiva, ambos se orientan al bien común, a la realización plena de los anhelos de la Humanidad. Urano, embajador del Cosmos, irradia desde el diseño de luz del potencial humano, encendiendo en el entendimiento la ética y el ideal. Libertad, Igualdad, Fraternidad es el histórico lema uraniano, aquél que deslumbró a la conciencia colectiva en los albores de la Era de Acuario. Saturno, maestro de la sabiduría de la Tierra, cuida del lento madurar de esas semillas cósmicas en los humanos territorios del tiempo, la subjetividad emocional y la resistencia al cambio.
Estamos viviendo, sin duda, abundantes pruebas de esas manifestaciones positivas en forma de despertares personales y colectivos. ¡Pero las consecuencias negativas! El mundo, y nuestro diario vivir, sufre en medio del fragor de las porfiadas batallas entre la violencia de Urano -incendiaria, fanática, extremista, enceguecida por el idealismo de poseer una verdad absoluta- y las de Saturno -solapadas, tramposas, maquiavélicas, aplastantes como las policías secretas de los regímenes totalitarios.
El brotar de la semilla cósmica llamada Chile, entretanto, sigue épicamente adelante pese a las apariencias, extremismos y sabotajes que el miedo dispara. La impulsa el amor de la Tierra, la atrae irresistiblemente el Sol del espíritu. Necesita únicamente del agua que solo nosotros podemos entregarle.
(Tengo que detenerme aquí, porque esta reflexión se ha alargado más de lo que una columna para redes sociales permite. Pero me comprometo a que, muy pronto, continuará…
La imagen es de una galaxia fotografiada recién por el nuevo telescopio espacial. La están bautizando como La Rueda, o La Rueda de la Fortuna…)