HAY UN ESPACIO MUY ÍNTIMO EN NUESTRO CORAZÓN QUE TAMBIÉN SE LLAMA CHILE, igual que el nombre del país que aparece en los mapas, las noticias, o el carnet de identidad. Pero, como todas las cosas del corazón, las cosas íntimas, no está hecho de datos, apariencias o estadísticas. Está hecho de amor.
Un tejido sutil que fue trenzándose en la vida cada vez que algo de acá resonó más adentro. Cuando fuimos, por ejemplo, abrazados en inocencia por la belleza asombrosa de algún lugar de esta tierra nuestra. Siempre, cuando hemos hecho contacto de alma a alma con otro ser, aquí, y quedamos conectados en la certeza de ser amados. El Chile de adentro palpita en esas memorias, esos vínculos iluminados por luz esencial.
Sincrónicamente, en estos días épicos he visto, alucinado, una serie de televisión sobre el origen del Chile histórico: INÉS DEL ALMA MÍA, basada en la estupenda novela de Isabel Allende. Confirmar, hoy, que Chile fue fundado por una pareja -caso único en las Américas, y más allá-, y que todo podría haber ido en una dirección de paz y abundancia, sino es porque Don Pedro, predeciblemente, termina seducido por la codicia y los delirios de grandeza del lado oscuro de la Fuerza. Con lo cual Lautaro, su hijo espiritual, lo rechaza con indignación, encabezando una rebelión que duró al menos 300 años. El aliento trascendente de la serie es conmovedor; Inés, una heroína como pocas, además de hacer tanto que hizo, se las arregló para ser finalmente feliz, y vivir largos 73 años.
El suspenso de estas semanas se parece al de esa coyuntura. Esta tierra chilena, cargada de favorables energías telúricas, es sede de un proyecto cósmico de evolución humana. Evolución de conciencia que se expresa en lo social, obviamente, como igualdad real en la diversidad de seres humanos, protección a la Tierra y sus criaturas, responsabilidad compartida en cuidar las necesidades de salud, educación, vivienda y dignidad de todas las personas.
Exactamente el Estado Social de Derecho propuesto en la Nueva Constitución, el que por supuesto apruebo.
El proceso de traducir este proyecto obvio e inspirado a las leyes que lo irán haciendo operativo será largo y nada fácil. Porque requerirá de lo que más nos cuesta a todos: escuchar lo diferente, aceptar cambios a nuestra idea, salir de la compulsión bélica a conquistar y someter como solución a algo. Ceder y concordar -lo único que sirve- necesita de que nuestro corazón recuerde de verdad qué es lo que estamos haciendo en la política: buscando el bien común.
Por eso ayuda mucho que demos amor al Chile íntimo, el privado, el del alma. Mientras más se nos llena de luz, más se deshace la ilusión de enemigo, guerra, desastre, y más se abre la confianza y la única realidad: somos una tribu que ha de ponerse de acuerdo, tarde u, ojalá, temprano, para hacer real una promesa que está llamándonos cada vez más fuerte.
(En la imagen, Inés y Pedro en retratos de su época, y en la versión de los fantásticos actores españoles de la serie)