ARRIBA, DOS GRANDES MENSAJEROS CELESTES SE ALÍNEAN EN MÁXIMA TENSIÓN. ABAJO, ES DECIR, ADENTRO, EL ALMA SINCRONIZA CON LA INTENSIDAD VIVENCIAL Y EL CAMBIO QUE ESE ENCUENTRO SEÑALA.
El supremo Júpiter, inmenso benefactor, está haciendo ángulo preciso (cuadratura), vía Tierra, con el inescrutable Plutón, antena cósmica, punta de lanza de los saltos a lo desconocido que configuran la trayectoria existencial que llamamos destino.
Saltos a lo desconocido que, habitualmente, evitamos a toda costa. Porque ¿quién confía tanto en la vida como para entregarse sin resistir a lo desconocido? Esa es justamente la misión arquetípica de Júpiter: expandirnos a la confianza, elevarnos a la fe.
La humanidad entera está, quiéralo o no, saltando a ese vacío cuántico; cada uno de nosotros replica, en sus propios términos, el mismo inconcebible, plutónico cambio de dimensión. Desde el saber profundo, ése que nace en la meditación, el vacío que nos llama contiene promesa luminosa de un nuevo mundo y un nuevo yo.
Desde la cabeza y sus opiniones, este vacío sin referentes resulta simplemente aterrador.
La energía de Plutón, intensísima en estos años decisivos, actúa siempre todo o nada: si quieres un nuevo mundo, tiene que desintegrarse el que hay; si quieres un nuevo yo, has de morir al que tienes. ¡Es un tremendo desafío! No es de extrañar que perdamos la cordura varias veces por semana.
Ahí es donde interviene Júpiter, generoso, recordándonos por interno que el salto espeluznante va con paracaídas. Los paracaídas del espíritu, por supuesto. La Vida, desde lo invisible, está siempre cuidándonos; a fin de cuentas, con todos los miedos y viscisitudes del caso, aquí estamos, sanos y salvos: el desafío de cada uno nunca será mayor a su real capacidad. Nuestra evolución está orquestada con partituras cósmicas.
El contacto presente de estos grandes -el último, de ardiente memoria, fue en la primavera del 2019-, ocurre justo cuando Júpiter entra en el fecundo Tauro y Plutón, en el utópico Acuario. La indicación arquetípica es clara: entreguemos no más la cabeza a la más increíble, plutónica transformación, mientras habitamos conscientemente nuestro taurino cuerpo, llenándolo de luz, haciéndolo uno con la Tierra y sus criaturas en una callada, maravillada música de gratitud.
(En la foto, el planeta Júpiter y su luna Ganímedes, nombrada así en honor a uno de sus favoritos en el Olimpo).