Y una fluida facilidad para quedarnos unos buenos ratos en la paz interior. Esta bienvenida promesa de encantamiento del alma está señalada por una poco frecuente alineación de Sol y Luna con Venus y Neptuno, todos en Piscis, apoyados decisivamente por Plutón. Parte de la gracia es que tanto las energías amorosas de Venus como las místicas de Neptuno se vivencian mejor que nunca cuando se expanden en ese misterioso océano vibratorio que llamamos Piscis. Y el eje Sol/Luna/Tierra que llamamos Luna Nueva las aterriza firmemente en nuestras vidas.
Coincide también que el ardiente Marte no está en su versión más inquietante y destructiva, sujetado sabiamente -trino- por el maestro Saturno.
Nada de esto significa que hayamos cesado de vivir la titánica tensión actual entre un mundo que se resiste a morir y otro que ya está naciendo. En todo, y en todas partes, experimentamos esa polarización. Los arcos humanos están en su máximo intolerable estiramiento, listos para soltar sus flechas de destino. Algunas de estas flechas harán estallar las burbujas de ilusión idealista que tanto protegemos, pero otras darán justo en los blancos anhelados, echando a andar las nuevas soluciones que necesitamos con urgencia. Junto con las inevitables desilusiones que traen los procesos que vienen -porque no serán a nuestra pinta-, llegarán también inesperados consensos, logros inéditos, inspiradas novedades. En abril se desatará el poder creativo, y eso siempre encuentra oposición.
¡Mayor razón para disfrutar de estas semanas benditas!
En un tiempo con tanta sensibilidad espiritual y tanto abrazo de la vida, es oportuno y favorable practicar las tres G, tres infalibles instrumentos que potencian el estado de encantamiento interior y dan realidad a la propia magia.
Las tres G son tres actitudes voluntarias que, aplicadas en el momento preciso, despejan los enredos y oscuridades del ego para iluminar un presente simple y feliz. En esos momentos de opción, muchísimos en cada día, nuestro albedrío puede elegir saltar hacia el presente y la vida, en vez de quedarse donde siempre, protegido en la desconfianza, encerrado en el cálculo, reclamando, echando -y echándose- la culpa.
La primera G es GENEROSIDAD. La pura palabra ya nos abre el corazón… En mil momentos diarios se presentan a nuestra conciencia dos caminos, en el pensamiento y en la acción: uno, habitual, el de la reacción egoísta, que incluye cerrarme y seguir adelante con la estrategia defensiva del caso, el negocio imaginario que sea me esté ocupando. El otro camino, generoso, aventurero, incluye pensar en ti desechando recelos y barreras, recordando cuánto te amo y cuántas ganas tengo de que seas feliz. Esa energía voluntaria termina así con el terrible malentendido, la histórica separación entre yo y los demás. Sentirte con generosidad, a corazón abierto, trae por sí solo el compartir, la igualdad, el servicio, la solidaridad, el regalo. La hermandad se hace fluir espontáneo, pleno, donde quien más recibe, ciertamente, soy yo…
La segunda G, GRATITUD. Gracias a la vida, que entrega tanto. Dar gracias nos libera de la torre del ego, que todo se lo atribuye, todo lo controla, que critica en vez de agradecer, que termina siempre solo, insatisfecho, amargo. Entre medio se sintió campeón, y porfió que tenía la razón, pero nada de eso dura mucho. Elegir agradecer nos conduce directamente a la humildad, ese espacio interior favorito de los maestros y las tradiciones de sabiduría. Favorito del que sabe, porque en humildad encontramos nuestro lugar verdadero, ése que nos alinea con el Cosmos y su substancia natural, el amor. Sentir gratitud llena cada una de nuestras células de amor poderoso, y nos va volviendo magos, porque el corazón se conecta así con la danza abundante de la Vida.
La tercera G, ni más ni menos, es el GOCE. La opción inteligente de apreciar exactamente lo que pasa, sin exigir nada más, saboreando la fruta con todo su jugo, poniendo atención entera, cuerpo/alma, al instante, a la caricia de la vida, ahora, profundizando con ganas las deliciosas sensaciones de la alegría y el placer. Elegir el goce requiere simplificarse mucho, entrar en la inocencia, ser como un niño que se da cuenta del arcoíris por primera vez. El goce sabio parte de la meditación, porque pensar en otra cosa lo echa a perder. Meditar es aprender, arduamente, a no pensar en otra cosa. Y, muy práctico: gozar no depende de consumo alguno; de hecho, en mejores niveles de vibración, estar vivo es el goce supremo. Pero, sea cual sea el nivel en que estemos en un momento dado -porque el asunto es puro sube y baja-, si generamos un pensamiento o un gesto generoso, y vamos agradeciendo todo lo bueno que igual está, comenzaremos a gozar, primero del alivio, y luego, sin apuro, de cada una de las maneras irrefutables y maravillosas en que la vida nos irá confirmando que nos ama.
¡No hay como las tres G!
(En la imagen, mi jardín en estos días llamados de estío, de fin del verano: cientos de suspiros abriéndose azules cada mañana -todos provenientes de una patilla que me dio mi mamá hace más de treinta años-, y lo que no sale en la foto, el perfume increíble de los jazmines llenándolo todo muy temprano, y, nuevamente, al anochecer.)