ESTE 8 DE ABRIL, la Luna ocultará brevemente al Sol, y una gran parte de Norteamérica quedará a oscuras, en ese minuto y medio de destino en que hasta los pájaros dejan de cantar. No lo veremos, pero ya lo estamos sintiendo.
Porque un eclipse es una alineación tan exacta de Tierra, Luna y Sol, que enfoca las energías como si fuera un rayo láser. Todo lo que está moviéndose en el Anima Mundi (el inconsciente colectivo) y en la propia interioridad (el inconsciente personal) se cataliza a gran velocidad, a veces, a intolerable intensidad. Para bien o para peor, de acuerdo siempre a la depuración voluntaria o la contaminación ciega generada por los protagonistas humanos.
Para los astrólogos, este eclipse es un prodigio. No solo ocurre encima mismo de Quiron (la herida que sabe enseñarnos a sanar), sino en medio de un orden planetario rara vez visto en simultáneo (Venus/Neptuno; Marte/Saturno; Jupiter/Urano).
Podemos esperar grandes cosas en las semanas que vienen. Porque se trata, sobre todo, de un salto drástico hacia lo nuevo. Del mundo no hay mucho que ilusionar, porque ahí reina una necesaria desintegración. Pero en nuestros corazones, ese salto que el Cosmos auspicia es un salto a la certeza de que todo está bien, a la fuerza indetenible que da sentir firme la conexión con el Espíritu, al goce maravilloso de comprobar que de verdad nos estamos llenando de amor!